La alameda de Santiago de Compostela estaba magnífica en
aquella época del año, y el doctor Pablo Brandal pensó en dar un paseo para
aprovechar la fabulosa mañana de diciembre. A punto de finalizar su doctorado,
un muchacho de provincias como él no podía aspirar a otras distracciones más
suntuosas.
Pablo caminaba entre los pintorescos tenderetes de los
maragatos que habían llegado a la ciudad con el viento del Este. Sus
variopintas mercancías hacían las delicias de los compostelanos en aquellas
fechas tan señaladas.
Entonces sucedió algo muy extraño: una brisa descendente barrió el sendero de la arboleda, llevando hasta sus oídos la melancólica sinfonía de un violín. Embriagado por la música, Pablo se abrió paso entre la multitud, hasta que se topó de frente con el origen de la melodía.
Y allí, entre los álamos, su vida cambió para
siempre. Entonces sucedió algo muy extraño: una brisa descendente barrió el sendero de la arboleda, llevando hasta sus oídos la melancólica sinfonía de un violín. Embriagado por la música, Pablo se abrió paso entre la multitud, hasta que se topó de frente con el origen de la melodía.
¡Cuántas emociones encontradas! Qué bonito y romántico. Tienes una pluma realmente fascinante, Rita Morrigan.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Mar. Me alegro mucho de que te haya gustado. Un beso <3
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